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"MARÍA NADIE",
novela, de Marta Brunet. Santiago de Chile, 1957

Raúl Silva Castro

 

El encadenamiento necesario de los sucesos de la novela, que constituye uno de los valores de Los hermanos Karamazof de Fedor Dostoiewski y una de las razones de su excelencia, ha sido olvidado por las nuevas generaciones. Hoy granjean título de novelistas no pocos escritores a quienes basta contar algunos episodios, describir unos cuantos personajes, hacer nota de tales y cuales rasgos de ambiente, plantear inclusive, en algunos casos, algún problema moral o psicológico, pero aun sin atender específicamente a resolverlo, sin empeño alguno en ligar esos ingredientes dispersos en algo único que, por encima de los valores independientes, pudiera reivindicar el título de novela.

Estas reflexiones, que, como se comprenderá, podrían extenderse no poco, se nos ocurren a propósito de María Nadie. La autora tiene ganado nombre de novelista desde el día, ya un tanto lejano, en que desde su rincón provinciano dio a luz su Montaña adentro; y lo ha confirmado en fechas ulteriores con Bienvenido, novela rosa sin disimulos, y con Humo hacia el Sur, de colorido más intenso; pero ha conquistado sobre todo fama, y muy auténtica, como escritora de cuentos, algunos de los cuales fueron recopilados, por ejemplo en Aguas Abajo, volumen que recibió el Premio Atenea para 1943.

Si aplicáramos a María Nadie la estricta medida de la técnica novelesca que se nos ofrece en Los hermanos Karamazof, no confirmaríamos el título de novelista que se viene dando a Marta Brunet hace ya más de treinta años. Pero no hay necesidad de ir tan lejos ni de adoptar medidas tan severas. La proliferación de novelas en que rigen otros principios parece autorizar como premisa la existencia de relatos que contienen sólo algunos de los rasgos que hacen la novela, relatos que poseen vibración humana, excelencia de estilo, animación e interés, y aun ritmo en la presentación de los conflictos, de modo que de ellos, sin pretender que ocupen sitio en la serie histórica de las novelas, puede sí afirmarse que se leen con emoción y con curiosidad.

De esta curiosidad podemos deponer testimonio directo y personal. Hemos leído María Nadie con extraordinaria curiosidad; previendo que a la vuelta de cada página iba a formularse el conflicto en torno al cual se compaginarían los cabos sueltos, los atisbos y las ricas descripciones que la autora disponía en el retrato individual de cada uno de sus seres. Más aún. Hemos creído, alternativamente, que los protagonistas futuros de la narración iban a ser, por ejemplo, la expresiva Petaca ("engordaba, el genio se hacía por días más colérico", pág. 46) o, mejor aún, la pareja formada por ésta y su marido, Lindor, débil, escurridizo, siempre en fuga hacia el silencio de la noche o hacia el bullicio de la taberna. También .hemos creído que podrían servir para organizar los episodios de una novela infantil, aunque repleta de personajes adultos, los jóvenes Conejo y Cacho, que cogen tencas y violetas por el campo y que de éstas ofrecen a María Nadie un pequeño ramillete que habrá de marchitarse y deshojarse, horas después, en el ojal de un varón de más años que aquellos mocosos. También pudimos suponer en algún instante que el problema novelesco iba a trenzarse en torno a los destinos de esta María y de Reinaldo, el afortunado mortal que recibe la efímera ofrenda de aquellas violetas (pág. 18). Finalmente, nos interesó, asimismo, la presencia de dos hermanas, Melecia y Liduvina, obstinadas y estúpidas, muy adecuadas para servir de centro de interés a una novela. La primera, "desde que enviudara, al filo de la cincuentena, había decidido ser vieja, fea y desagradable" (pág. 51); la otra, menos desapacible, era viuda también y erguía menos su personalidad junto a la hermana mayor. Pero ambas, dice la autora, "parecen buitres pulcramente devorando carroñas. Un buitre disfrazado de buitre y un buitre disfrazado de lorita real" (pág. 53).

Se nos permitirá decir, al paso, que estos excelentes retratos individuales abundan en el libro de que estamos dando cuenta, y que no se limitan a los personajes de primer plano y de extraordinario relieve, como los ya mencionados, que podrían ser los reales protagonistas de una novela bien organizada sino que también se aplican a otros seres menores, de tránsito, en quienes el novelista detiene la mirada un instante para seguir adelante, sin tornar la cabeza.

Volviendo a la historia misma englobada bajo el título de María Nadie nos queda, en fin, por decir que el libro aparece dividido por Marta Brunet en dos partes, El pueblo y La mujer. En aquella parte inicial aparecen todos esos sujetos, enredados en las pequeñas habladurías del pueblo chico, hasta que se produce la catástrofe en la cual se pronuncia, con airados tonos, la sentencia de expulsión que debe pesar sobre María Nadie; y que en la segunda es ésta quien monologa, contándose a sí misma (aunque también a un gatito abandonado que la acompaña algunos minutos) la historia íntima y secreta que la ha llevado al pueblo, el episodio soterrado que le hizo sentir en sus entrañas la dimensión femenina, el extraño vértigo de soledad y de angustia en que la sumió el verse tirada en la orilla del camino por donde gloriosamente erguido pasó su amante de un día. Vago es decir que hay para ambas porciones de la obra una diferente medida del estilo. En la primera, el autor diseca seres que le son indiferentes, y hasta podría decirse que se ríe un tanto, y a veces desembozadamente, de sus pequeñas manías y de sus ridiculeces; en la segunda, en cambio, hay algo que emana de lo hondo del ser, algo desgarrado y tremendo. ¡Ay de quien toque sin exquisito pulso esa llaga que palpita! Allí hay sangre.

Es, puede decirse, la sangre de la posesión que en esa mujer no cesa de correr por muchas horas, días, meses, años que hayan transcurrido desde la noche cruenta y dulce. "Aparece en la puerta y es tan grande que casi alcanza su dintel" (pág. 141), "y se va" (pág. 143); "puede haber venido en la mañana a hacerme el desayunó --y en verdad no ha venido sino a eso--, apurado, mirando el reloj de reojo" (pág. 145); "a veces venía tostado de sol. Alguna vaga alusión hacía a la montaña o al mar" (pág. 146)... Estos ligeros rasgos, estos brochazos, corresponden a algo, a esa historia secreta a que aludíamos hace un instante, y al leerlos venimos a comprender que este libro dentro de su simple arquitectura tiene trastienda y comienza a quitar el velo a un bien guardado secreto en el cual, si la escritora quisiera, podríamos ser, andando el tiempo, bien avenidos cómplices la narradora y sus lectores, a condición de que ella consintiera en decirlo todo, en no reservarse nada, en dar, en fin, carácter de diario o de novela, o de lo que le plazca, al exquisito misterio que guarda, generalmente, la mujer que vemos pasar indiferente por la calle. ¿Comenzó la revelación? ¿Es María Nadie el trampolín desde el cual ha de dispararse la mujer para el gran salto?

Sea de ello lo que fuere, volvamos al comienzo y digamos que para alcanzar en María Nadie la emoción de la lectura no hace falta una trama bien anudada como en Los hermanos Karamazof, y que la mera sucesión de episodios sueltos no empece al interés de la lectura. La falta de soldadura entre las dos partes del libro no impide al lector ir estableciendo, a posteriori, los nexos que en la obra no se le dan y para reemplazar, con la sensibilidad ya excitada, los sutiles nervios, las imperceptibles amarras que deben necesariamente vincular al pasado con el presente, al ayer con el hoy. María Nadie, conocida ya su angustia, se hace respetar y querer. Sufrió en silencio el drama de su soledad, vivió en altiva competencia con el mundo circundante, quiso paz y el silencio después de que Gabriel, al hollar su lecho, le dejó abierta aquella herida que no cesa de manar sangre, y es, todo considerado, una fuerte y bien constituida hembra que se entrega al amor cuando el amor golpea a su puerta con la seña consabida, pero que se mantiene altiva y desdeñosamente casta cuando no es ese golpe el que rompe el silencio sino el de fa barata, torpe y sucia concupiscencia.

Que no nos engañen las apariencias, ni mucho menos, el cartel que ha conquistado la autora con sus otros libros. María Nadie no es novela pueblerina, ni siquiera novela de costumbres, ni pretende repetir el intento de narrar vidas vulgares dentro del ambiente que les es propio. María Nadie vale por ser una gran confesión personal, bellísima, llena de sugerencias, y en la literatura chilena parece abrir la pista a la novela propiamente femenina, a la cual, por la varonilidad de su talento, Marta Brunet hasta hoy parecía poco inclinada.--Raúl Silva Castro.

 

 

Silva Castro, Raúl. "María Nadie novela de Marta Brunet" de la sección Los libros de Atenea, Nº 378. 1957, pp. 258 -62.