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MARTA BRUNET

Alone

 

Han sonado y quedan todavía en el aire esas palabras, esas breves palabras de la noticia que cortan de golpe una vida, cuando tendemos por instinto el brazo hacia esos restos, más suyos ahora que el despojo mortal, sus libros, alguno de sus libros donde ella, desde este instante y para siempre, está.

Como guiada por la suya, nuestra mano abre una página.

"Habían colocado el ataúd en una mesa cubierta por un paño negro y a su vez cubrían el ataúd grandes crisantemos desgreñados. Seis velas parpadeaban humeantes, chorreando de cerote los candelabros de plata. Apenas si a su luz vívida se perfilaban el hombre y la anciana que, junto al catafalco, parecían extáticos en sus dolorosas sensaciones".

Es su voz, una de sus voces; ya no la misma que escuchábamos de sus labios cristalina, con una inflexión fresca cuya extraordinaria juventud perduró, acariciante, conquistadora de simpatías, eco sonoro de su buena sonrisa, de su mirar curioso que la iluminaba.

Un acento firme surge del papel con algo de rotundo que inmediatamente la distingue y la entrega a su categoría de escritora.

No ha habido otra con vocación más natural. Diríase un habitante secreto que la poseía y ella no hacía sino traducirlo, obedeciéndole. Marta explicó muchas veces cómo esa voz, esa "otra voz" se manifestaba en ella, venida desde más adentro que ella misma, que le dictaba la forma de sus relatos, imponiéndole el corte de sus períodos y su ritmo, ese algo seguro que es como el paso de la persona al andar.

Ninguna vacilación o titubeos indecisos. El mundo exterior aparecía terminante, perfecto de contornos, de dibujo clásico, entre claroscuros contrastados donde caían de pronto fuertes manchas de color explosivas, pictóricas, para destacar un paisaje o definir una cara palpitante que el amor o el dolor apretaban, como en un cuadro de escuela española.

Su espíritu venía de Cataluña, la rigurosa, que le proporcionó la armazón coherente, el orden visionario, cierta rectitud en el pensar que se comunicaba al proceder, una bella y audaz lealtad con sí misma.

La poesía le vino de los antepasados gallegos: sobre esa "vigorosa desnudez de la verdad" echaron el manto de pliegues envolventes donde una sensibilidad sutil jugaba, rica de médula humana, fascinante.

De allí su poder de atracción, el don que tenía su presencia de cambiar la atmósfera en torno, suavizando los contactos convencionales, infundiéndoles la simpatía del corazón.

Esa fuerza, que pudo endurecerla, se templaba de gracia y la hacía amar. "Ternura sobre cemento armado" contaba ella que era la fórmula de su carácter que su madre le aplicaba desde niña.

No tuvo una existencia fácil, la combatieron circunstancias adversas, el destino puso a prueba su resistencia.

A la alegre sorpresa inicial del primer libro, espontánea como un fruto de la naturaleza, inconsciente, inocentemente audaz, de mirar claro, directo, franco, lleno de luz, con una gotita de malicia gozosa y el sentimiento entrañable del drama, sucedieron las complicaciones ceñudas ante ese temperamento nuevo, increíble para su época, celebrado aquí, atacado allá, desenvolviéndose en un ambiente que no se resolvía a adoptarla.

Luchó, trabajó, sufrió.

Como un ser aparte, su obra literaria se extendía y ramificaba, imponiéndose al público, a la crítica nacional o extranjera, hasta hacerse un sitio sólido, ya fuera de discusiones, dentro de límites que no podrían considerarse limtaciones.

A un primer período, que podríamos llamar chileno y criollista, de un criollismo depurado y ágil, vehemente y terminante, arraigado en la gente campesina que retrata con relieve esquemático, de un vigor singular, sucede otro donde la escritora, influida por el medio cosmopolita de Buenos Aires, ensaya distintas corrientes, más a la moderna, invadidas por el sueño pródigo de alucinaciones materializadas. La cuerda tensa amenaza a veces cortarse, el drama se concentra y el marco antiguo estalla, al tiempo que su nombradía se ensancha continentalmente.

Al mismo tiempo, como para distenderse, Marta Brunet se acerca a los niños y ensaya breves poemas en prosa, incluso en verso elemental, de una entonación amable y fresca, primitiva.

La diplomacia la mantuvo largos años ausente, pero no desligada de su país.

En cierto modo, se la habría dicho nacida para esa obra de expansión cultural y acercamiento de las inteligencias en las esferas intelectuales, a las que llevaba la tónica robusta de su temperamento, la sencillez de su trato bondadoso, comunicativo, su charla encantadora y esa maravillosa voz de niña frágil que seguirá resonando mientras vivan quienes la escucharon.

Cuando nada parecía amagar su triunfo establecido, la prodigiosa visionaria comenzó a ver que se le oscurecía el mundo. Era la última de las pruebas a que el destino la sometió y supo afrontarla con pasmosa entereza, haciendo alegre y dulce la penumbra en que fue sumergiéndose. No se abatió nunca. Iban hacia ella para reconfortarse los que veían, en demanda de luz. Su serenidad era una especie de milagro. El árbol herido alimentaba panales de miel y daban protección sus brazos ciegos. "Sola, solita" llamó uno de sus libros. Pero jamás el acento respiró amargura y podemos creer que no supo de la muerte.

"Habían colocado el ataúd en una mesa cubierta por un paño negro y a su vez cubrían el ataúd..." comienza la historia de Juancho, en "Reloj de Sol": es la tragedia desesperada de un niño que se rebela contra la muerte, que rehúsa admitirla y pierde, con la esperanza, la razón.

Pero la muerte fue piadosa para Marta. Ni digamos que murió sola, lejos de los suyos. Dondequiera que estaba, estaba con ella Chile y a su alrededor no podían faltar los afectos, los cuidados, ese amor que irradiaba y que recibía, generosamente, por virtud de su naturaleza. El trance fue, dicen, instantáneo, en plenitud de lucidez, cuando ni ella ni nadie podían temerlo y, ciertamente, no le inspiró temor. Le fue ahorrada la suprema lucha, y nos deja una imagen que pasó de la paz de la vida a la otra paz, ya sin muerte. Espejo sin empañadura, podemos creer que la conserva en su expresión de bondad, de sonrisa y de misterio.

(El Mercurio, 30 de octubre de 1967, pág. 19).

 

Hernán Díaz Arrieta (Alone) "Marta Brunet", El Mercurio, 30 de octubre de 1967, en Pretérito Imperfecto. Santiago: Ed. Nascimiento, 1976. pp. 230-233.