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TIA LITA

 

--¿Cómo, siendo tan linda, no te casaste, tía Lita?

Una sonrisa se estampa en la boca dolorosa. Las pupilas tienen brillar de lágrimas y la voz quebradiza responde:

--¡Qué cosas preguntas!

--Insisto, tía Lita. ¿Por qué no te casaste?

--Porque...

--¿Ves? Hay un motivo. ¿Quieres confiármelo?

--¡Pero, pequeña, no seas loca! ¿Qué quieres que te cuente?

--El motivo de tu vida, que tiene forzosamente que ser de amor. Porque, tratándose de una mujer como tú, sólo un amor, un grande amor contrariado o desgraciado, pudo llenar tus horas de recuerdos y hacerte soportable el aislamiento. Tienes nuestra casa, nos tienes a nosotros queriéndote tanto y te obstinas en la soledad. No es que seas egoísta ni maniática. ¿Qué es, entonces? Los ensueños, sufrires y alegrías de lo que fuera, el rememorar el pasado, y al cual, viviendo con nosotros, tendrías que quitar tanto tiempo. ¿No es verdad?

--Pequeña..., pequeña... --y las manos, con suavidad de alas, acarician mi cabeza.

Estoy en el suelo sentada cerca de ella en unos cojines y apasionadamente, con ansia de curiosidad, interrogo por saber el misterio de esta alma tersa:

--Di, tía Lita, di, ¿por qué no te casaste?

Tía Lita vacila. Veo, en tímido temblor, acudir las palabras a sus labios. Es una viejecita menuda, vestida de negro, con las facciones en pétalo de flor seca, la cabellera blanca y las manes de juventud. Tiene encanto de fragilidad, de colores desvanecidos.

Se hace un silencio. Bien sé que a veces la sabiduría es saber esperar. Al fin, tía Lita murmura quedito:

--¿Me prometes guardar el secreto?

--Prometido.

Otro silencio.

Cae la tarde y el gran salón colonial está en penumbras. Los muebles se dibujan en sombra. Contra lo claro de las paredes, los cuadros son retazos de negrura. Cerca de la puerta abierta al patio --única nota de color--, un brasero comba su calada cúpula de bronce. Huele a manzana. Afuera, entre largos espacios, la lora grita, con aspereza de lienzo desgarrado: "Pe... rro... Pe... rro..." Cuando el silencio se inmoviliza, se perciben todos los tenues y misteriosos rumores de las viejas construcciones: crujir, roer, arañar. Lejos, en la calle de pueblo amodorrado, un vendedor plañe largamente su pregón.

Tía Lita entorna los párpados y empieza:

--Tu abuela, mi madre, murió siendo yo una niña. Mi padre vivía las horas vigilando sus fundos, tomado íntegro por la afición a la agricultura. Mi hermano estaba en la capital, siguiendo sus estudios. Así fue cómo crecí sola, sin afectos en torno, reconcentrada por naturaleza, con una aristocracia innata que abría abismos entre los, sirvientes que me cuidaban y yo, con una timidez enfermiza en los sentimientos que me hubiera hecho morir antes que confesar mi absoluta necesidad de ternura.

"A los diez años me internó mi padre en las monjas. Allí conocí a Teresa Prado. Grande, fuerte, voluntariosa, tenía una inteligencia llena de gracia un conocimiento del mundo que era mi maravilla y un carácter apasionado. Decidida, rabiosa, con arrepentimientos súbitos, ráfagas de humildad, un orgullo del demonio, ribetes de misticismo y tormentas de sublevación. Era el quebradero de cabeza de las monjas, su preocupación de cada minuto. Estábamos en el mismo curso. Todas las compañeras la adorábamos. Y yo más que nadie, apegada a ella por mi timidez, por mi debilidad, por todo lo que me hacía diferente a ella. A veces me parecía que yo era solamente una parte de mí misma, que mi complemento era Teresa, que éramos una sola persona. Así la quería, en silencio, que una vez que le expresé mi cariño se quedó mirándome asombrada, muy abiertos sus grandes ojos de azabache deslumbrador; luego me dio un empellón llamándome idiota y al fin me abrazó diciéndose mi hermana. Temperamento extremista, no se hallaba en ella ninguna media tinta, ningún término medio.

"Así crecimos, una junto a otra, y así pasaron ocho años.

"Nos sacaron del internado. Vivíamos en la misma ciudad. Ella se fue con su familia y yo a casa de misiá Juanita Cortés, parienta lejana de mi madre y que haría las veces de tal hasta mi probable matrimonio.

"Para presentarme en sociedad dieron una gran fiesta. ¡Qué distinto el vivir de las niñas de entonces al de ustedes de ahora! Para nosotras el primer baile era el ensoñar de toda la adolescencia. Para ustedes es una fiesta cualquiera, entre un dinner-dansant y un aperitivo. Es como la ilusión del primer traje largo que tampoco ustedes han gozado.

"Teresa y yo (¡tantas, pero tantas veces!) habíamos hablado de ese instante. Ella me decía:

"--Me harán un traje color oro, me enjoyaré como una oriental, bailaré la noche íntegra, todos se enamorarán de mí y yo me casaré con el que más me guste. Por algo soy bonita y rica, sin contar el abuelo marqués, que también da derecho a ser la mejor.

"Yo preguntaba temerosamente:

"--¿Crees que alguien me sacará a bailar?

"--No te preocupes; si no te sacan, yo los obligaré a atenderte. Y también te buscaré marido. En cuanto me case, te buscaré novio. Puedes estar tranquila.

"Así éramos de diferentes.

"Llegó el baile. Teresa tuvo su traje color oro y joyas maravillosas, perlas que fueran de la abuela marquesa, una corte de galanes celebrándola entusiasmados. Y yo tuve un vestido celeste con encajes de Inglaterra, una cinta al cuello con un camafeo colgando, arracadas de filigrana, una alta peineta y el abanico con brillos. Me atendieron, claro; era la niña de la casa, y por cortesía, por obligación, hubieron de hacerlo.

"Estaba intimidada, aturdida, pero, con todo, desde que me fuera presentado, una cara de hombre joven se me grabó dentro, para siempre, en bien y en mal.

"Se llamaba Fernando Luco. Alto, fuerte en su delgadez, con ojos de bondad y boca regalona de niño, con algo de caricia envolvente en los gestos y voz de dulzura, era la realización de lo que yo había ensoñado. No tenía la fuerza de torbellino arrastrador, como Teresa: se le sentía la fuerza escondida y era delicioso para mí apoyarme en ella.

"El efecto que Fernando me produjera trizó mi amistad con Teresa invisiblemente. Por primera vez fui disimulada. Al cambiar nuestras impresiones después del baile, le hablé de Fernando, mezclándole indiferentemente con otros jóvenes.

"Y corrieron varios meses.

"Misiá Juanita invitaba una vez por semana, después de la comida, a un grupo de amigos íntimos Asistía siempre Teresa con su corte de adoradores, jugando a encelarlos, coqueta y subyugante. No tenía, tiempo para reparar en mí, que, sentada en algún rincón, me distraía mirándola, en espera de que Fernando terminara sus eternas discusiones agrícolas con mi padre y viniera un momento a charlar conmigo.

"Generalmente, Fernando me hacía preguntas sobre mi vida. Y yo le contaba gozosa el empleo que hacía de las horas, con muchos pormenores, ilusionada, creyendo que ese interesarse por futilezas indicaba amor, ya que sólo quien me quisiera podía oírmelas pacientemente.

"Pasó el invierno.

"Y llegó mi santo. Desde temprano empezó el desfile de los presentes. Fernando me mandó una linda jaula con un canario, vivaracho y cantor.

"En la tarde vinieron varias amigas a tomar once, entre ellas Teresa, deslumbradora de belleza. Les mostré los regalos. Al llegar a la jaula, murmuré:

"--Esta me la mandó Fernando Luce.

"Y Dolorcitas Méndez preguntó llena de malicia:

"--Tu amigo Fernando parece que te quiere mucho, ¿no?

"--Tal vez... --contesté, confundida.

"--Claro que te quiere. ¿Cómo no te va a querer si son medio novios? ¿Por qué no eres franca con nosotras y nos dices que luego será oficial el compromiso?

"--Mentira... --gritó Teresa en uno de sus súbitos furores--. Lita no se casa con Fernando ni con nadie.

"--Eso lo veremos... Aunque te parezca mal, Lita ha de casarse con Fernando. ¿Creías, entonces, que por ser el mejor partido Fernando había de ser para ti?

"Vi una luz llamear en los ojos de Teresa y por evitar que contestara una insolencia a Dolorcitas, la tomé del brazo, llevándola a otro salón.

"Y no le di importancia a su arranque, creyéndolo nacido de su exclusivismo.

"En la próxima tertulia sus ojos no se apartaban de Fernando, y cuando éste se acercó, como de costumbre, a charlar conmigo, ella vino a juntársenos, entablando diálogo con él, ya que yo, vagamente incomodada, no volví a despegar los labios.

"Siguieron los días y la conducta de Teresa no varió. En cuanto nos veía juntos, acudía "a animarnos, porque éramos una pareja muy pavita". Yo me absorbía en alguna labor, muda, cada vez más profundamente disgustada. Fernando contestaba a sus preguntas atento, pero con cierto despego que me regocijaba; mas ella, sin darse por enterada, se quedaba firme entre nosotros, sin hacer el menor caso de sus adoradores, que inútilmente querían hacerla bailar, charlar y cantar con ellos.

"Otras veces, cuando Fernando discutía con mi padre, iba a, tomarse del brazo del caballero, escuchando muy interesada cuanto decían, preguntando cosas que les hacían reír.

"Y entre ella y yo un zanjón de silencios y de miradas hostiles se iba abriendo cada vez más hondo.

"Me preparaba una mañana para ir a misa, cuando, de improviso, entró en mi pieza Teresa y sentándose en mi cama se puso a llorar desconsoladamente, diciendo entre sollozos:

"--Lita, mi Lita, tú no puedes consentir que yo sea desgraciada por tu culpa. Tú eres mi hermana y no querrás ser un obstáculo a mi felicidad. Si no accedes a lo que vengo a pedirte, me muero de pena, me muero, me muero...

"Toda trémula y tan alterada como ella, la abracé, diciéndole que hablara, que pidiera, que mi cariño era capaz de todo.

"--Lita, quiero a Fernando, ¿entiendes?, lo quiero, no pienso nada más que en él, lo veo en todas partes...

"La miraba con horror. Era Fernando, mi Fernando, lo que venía a pedirme. Temblaba, mientras ella seguía exaltándose por momentos:

"--Lo quiero..., lo quiero...; pero entre él y yo estás tú... Andate, Lita; cuando no te vea te olvidará. No te quiere lo suficiente para sufrir con tu ausencia; lo siento, estoy segura de ello. Yéndote, podré conquistarlo. Ahora no me ve. Inútilmente ensayo todas mis coqueterías. Tengo ansias de que me bese, de que me pegue, de sufrir por él, aunque más de lo que sufro no es posible sufrir. Me vuelvo loca al pensar que no me quiere.

"Y, realmente enloquecida, me sacudió gritando:

"--¡Mala..., mala..., egoísta..., engañadora!...

"Pero otro impulso la echó en mis brazos llorando y pidiendo perdón.

"--Perdóname, Lita; estoy loca; más me valiera morirme... Morir sería descansar... Mátame, Señor; llévame; así dejaré de padecer...

"--Extendía las manos al crucifijo de ébano.

"Me arrodillé, desplomada, con la cara hundida en las manos, tratando de poner orden en mis ideas. Teresa seguía balbuciendo:

"--¡Llévame, Señor!... ¡Llévame, Señor! .. .

"Me pedía a Fernando. ¿Pero era mío Fernando? Nunca me dijo nada que pudiera hacerme creer en su amor. Palabras no existían. Sólo su acompañarme pudo darme esperanza. Pero ¿no sería acaso su acompañarme piedad por la niña sin gran belleza, abandonada en un rincón? ¿No me haría una limosna de afecto? Pero no, tal vez me quisiera, tal vez... ¿Por qué no? A Teresa no le hacía caso alguno. ¡Y era la más bonita! Entonces... Pero irme, dejarlo en poder de ese encanto que acabaría por conquistarlo... Dejarlo... ¿Me querría? Teresa aseguraba que no. ¡Pobre Teresa! Con su carácter, el sufrimiento había de serie insoportable. ¡ Pobre!

"Me decidí, jugando el destino ciegamente:

"--No llores, Teresa; me iré, pero haremos antes un pacto. Si tú quieres a Fernando, también lo quiero yo. A él le toca decidir. Me iré. Si Fernando me quiere, me seguirá, y entonces, sin ningún remordimiento de haberte hecho un mal, me casaré con él. Si me voy y me olvida y se apega a ti, cásate con igual tranquilidad. Júrame que aceptas este convenio y que, suceda lo que suceda, no me guardarás ningún rencor y que me querrás siempre como a una hermana.

"--Lo juro --y tendió la mano al crucifijo.

"--También lo juro yo.

"Arreglamos entonces el plan de mi viaje. Me haría la enferma y pediría a mi padre que me sacara de la ciudad, que me llevara al puerto.

"Mi padre, para quien eran órdenes mis deseos, accedió en seguida y en su hábito de obrar rápidamente, dispuso el viaje para dos días después.

"En esa época no había ferrocarriles. Se hacían los viajes en carretón de familia y se echaban cinco o seis días en llegar a Santiago.

"Viví esas últimas horas sin voluntad, casi sin pensamiento, aturdida, sintiéndome arrastrada por una fuerza superior que iba disponiéndolo todo. Fernando estaba en su fundo y ni aun tuve el consuelo desgarrador de la despedida. Y al fin, en la mañana nebulosa, el carretón partió dando tumbos por el camino polvoriento y largo..."

Tía Lita hace una pausa en su relato. La noche se ha espesado en el salón. Sólo distingo el boquerón de la puerta abierta. La lora no da su grito desgarrado. Hay en la casa toda un silencio de embrujamiento. Y tía Lita prosigue, con cansancio de jornada larga:

--¡Qué viaje de penurias! Miraba el camino que quedaba atrás, ansiosamente, creyendo ver, en cada jinete que nos alcanzaba, a Fernando, que iría en mi seguimiento en un impulso irrefrenable de amor. No dormía. No comía. Toda íntegra estaba fija en esa esperanza. Cada punto en el horizonte era un iluminarme de gozo, engañándome con el hombre que se acercaba, haciéndolo, hasta que la ilusión era imposible, igual a Fernando. Y no perdía esperanzas. Me decía: "Será el otro". Pero esta constante tensión nerviosa me enfermó y llegué a Santiago tan enferma que los médicos diagnosticaron fiebre nerviosa.

"Creyeron que me moría.

"Dos meses después me fui al puerto, convaleciente. Entonces me entregaron las cartas que me llegaron en ese tiempo. No había ninguna de Fernando. Era Teresa la que preguntaba en su nombre por mí. ¡Qué tristeza de desengaño! Sentía tan en ruinas mi vida, tan miserable, tan inútil, que sólo ansiaba la muerte. La muerte que no llegó... Seguí viviendo..., y al poco tiempo recibí noticias de que se casaban.

"Era lo esperado. Apenas si unos días tuve la tristeza un poco amargada. Me conformaba el saberlos felices.

"Nunca volví a verlos, que al año, al dar a luz una hija que nació muerta, Teresa murió, y Fernando, tiempo después, se ahogó al vadear el Nuble. Los lloré con desesperación de verdadero sentimiento. Fueron mis dos amores.

"No quise casarme, aunque tuve varios pretendientes: No quería mentir amor a ninguno. Corrieron los años. Murió mi padre. Murió misiá Juanita. Se casó mi hermano y ustedes vinieron a alegrar esta vida mía, triste y sola.

"¿Que por qué no vivo con ustedes? Porque siempre un ser callado, melancólico, desentona en una casa moderna. No soy decorativa: en los tonos brillantes del palacio de ustedes el viejo mueble carcomido y sin carácter que soy estaría desplazado.

"Mi casa es vieja como yo. Aquí tengo mis recuerdos. En los rincones obscuros que a ustedes amedrentan me parece que los amados fantasmas van a surgir a mi conjuro. Mi interior colonial me mantiene vivo el recuerdo de lo que fue.

"Me acompañan las antiguas sirvientas. Las siento ahora cerca de mí: toman como yo mate, rezan conmigo el rosario, vamos juntas a misa de ánimas. Somos todas restos de una época que pasó. Pero todo esto me es grato: tengo mis recuerdos, mis muertos, mi fe...

Calla la voz en fin de confidencia. Inclino la cabeza y la apoyo en las rodillas febles. Y largamente nos quedamos en el silencio palpitante de imágenes.

 

 

 

BRUNET, Marta. Tía Lita. Reloj de sol. Obras completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp.55-61.