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SEGUNDA HISTORIA DE PERROS Y GATOS

 

Resulta que me encontré con una niñita española, y me dijo que ella había leído el cuento chino del Gato y del Perro, y de por qué el Perro le tiene odio al Gato, y entonces me dijo que en España su abuelita le había contado a ella el cuento de otra manera.

Resulta que cuando el Gato y el Perro estaban en el Arca para el diluvio universal, había tantos animales que Noé no hallaba qué hacer para cuidarlos, y entonces llamó al Gato y le dijo que se hiciera cargo de las Pulgas. Entonces las Pulgas dieron un salto, se subieron al lomo del Gato y sin mayores miramientos se pusieron a picarlo, porque tenían mucha hambre. El Gato se puso furioso y fue a quejarse donde Noé, pero éste no le hizo caso, porque estaba colocando a los animales en forma de que unos cuidaran a otros. Pero el Gato siguió a Noé, diciendo que él no estaba para ser la niñera de una gente tan mal educada como eran las Pulgas. Y Noé, cansado de oírlo, le dio un escobazo, y el Gato, cada vez más enojado, tuvo que arrancar a perderse.

Entonces el Gato se puso a pensar qué haría. Y tras mucho pensar y pensar, se fue donde estaba el Perro, cuidando a los niñitos de Noé, y le dijo:

--No te creas que sólo tú tienes aquí privilegios. Nuestro padre Noé me ha hecho el gran honor de darme a cuidar las Pulgas. Figúrate, las Señoras-Pulgas, las grandes acróbatas; tú las conoces, ¿verdad?

Y el Perro, que era rebueno pero que no sabía nada de nada, para que no se le viera la ignorancia hizo un gesto de aprobación, meneó el rabo y le echó una media sonrisa al Gato, para hacerle ver que se daba cuenta de la importancia que tenía el cuidar a las Pulgas.

Entonces el Gato siguió, con su más suave voz:

--Si tú quisieras hacerme un favor, te lo agradecería mucho.

--El que quieras --contestó el Perro, ya que se sabe que es muy servicial.

--Mira, quiero ir a estirar un poco las patas por allá por las vigas del techo del Arca, pero me da miedo que a las Señoras Pulgas, por lo mismo que son acróbatas, les pueda pasar algo y que después nuestro padre Noé se enoje conmigo. ¿Quieres tú cuidarlas mientras yo subo?

El Perro aceptó muy gustoso. El Gato se sacó las Pulgas y se las echó al Perro. Y dando un brinco subió por las vigas y las cuerdas del Arca, hasta lo más alto del techo, donde se quedó, muerto de risa, viendo al Perro hacer al principio toda clase de gestos de sorpresa al sentir los picotones que le daban las Pulgas. Y poco después el Perro empezaba a rascarse y hasta a llorar de desesperación, con el hocico en alto, como cuando lloran porque han visto un ánima en pena y tienen miedo.

Pasó por allí Noé, y le preguntó qué le pasaba. El Perro contestó:

--El Gato me dejó a las Pulgas, a las Señoras Pulgas acróbatas, para que las cuidara mientras él daba un paseo por las vigas del techo. Y las Pulgas, aunque sean tan señoras, son unas mal educadas y no hacen otra cosa que picarme, y me tienen como loco. Haga el favor de llamarlo y entregárselas.

Y Noé, que andaba muy de malas porque los animales no hacían otra cosa que molestarlo con reclamos, le dijo al Perro con un gesto avinagrado:

--Te quedarás con las Pulgas. El Gato es un fresco sinvergüenza. Pero tú eres un tonto de remate.

Y desde ese día el Perro se puso a odiar al Gato tinterillo con tantas ganas como el Perro del cuento chino odió al Gato hipócrita.

 

 

BRUNET, Marta. Segunda historia de Perros y Gatos. Las historias de mama Tolita. Obras completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp.325-326.