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HISTORIA DE LA SEÑORA RATA DEL PUEBLO DE LOS RATONES

 

Resulta que una vez había una señora Rata muy buena dueña de casa, limpia y económica. Cuando llegaba del trabajo su marido, cargado de queso, de pan, de azúcar y de otros comistrajos, la señora Rata separaba siempre una pequeña parte y la guardaba en la despensa, cada cosa en su lado, muy en orden todo. Al señor don Pericote no le gustaba nada este sistema y siempre estaba protestando, y diciendo a la señora Rata que era una roñosa, y a veces las cosas se ponían tan feas que los chillidos del matrimonio se oían desde la bodega, con gran inquietud del señor don Gato.

Pero la señora Rata era inflexible, y aunque el señor don Pericote pusiera el grito en el cielo, ella siempre dejaba un poquito aparte para fondo de economía.

--Podrías tomar ejemplo de la comadre Ratona --decía el señor don Pericote como último argumento--; en casa de ella hay siempre abundancia, en la mesa hay de todo sin medida, las fuentes están llenas y cada cual se sirve a su antojo. No como tú, que haces las raciones en cada plato y no hay manera de repetirse. Vivimos peor que pobres cesantes. ¡Todo el mundo se ríe de nosotros!

--Déle gusto a la boca, hijito... Pero no saca nada con rezongar. La comadre Ratona vivirá como se le antoje. Ya sabemos que tienen por lema en su casa aquello de: "Reventar antes que sobre". Pero ya veremos si el tiempo no me da a mí la razón...

Y, sin mayores palabras, la señora Rata guardaba en la despensa un buen terrón de azúcar, una cáscara de queso y un puñadito de porotos coscorrones.

Resulta que en esto los Patrones decidieron irse por una temporada a la costa y dejaron todo cerrado, con una cuidadora que venía tan sólo una vez por semana a abrir las ventanas para echar un barrido y unas pasadas de plumero. Y todo el pueblo de los Ratones era dueño de la casa, pero no había nada que comer, nada absolutamente, y si la ausencia del señor don Gato, que estaba con los Patrones, los hizo felices los primeros días, al poco empezaron a notar que el hambre les hacía unas cosquillas muy desagradables en el estómago.

Todos se pusieron de muy mal genio. No se oían sino disputas, chillidos, arañazos, y a veces llegaban a tal punto las peloteras, que hasta heridos quedaban en el campo, y una vez hubo un muerto. Y todo esto era por ver quién se comía una miga de pan que descubrían en un rincón del repostero o una nuez que hallaban en la bodega.

Mientras tanto, la señora Rata tenía a su familia alimentada a satisfacción, dentro de una medida muy parca, eso sí. Pero nadie podía decir que sufría hambre. Y el señor don Pericote no acababa de maravillarse con la inteligencia de su mujer, que había sabido prever el futuro y economizar pensando en malos tiempos.

Cuando hubo esa pelotera tan grande en que murió un Ratón, que era justamente el hijo de la comadre Ratona, todo el pueblo de los Ratones se reunió en consejo, para acordar medidas y ver qué se hacía ante la situación que cada vez era más grave.

Un Ratón Viejo dijo que lo mejor era emigrar, irse a otra casa. Otro propuso comer aserrín, todo sería cuestión de acostumbrarse. Otro manifestó que el ayuno era cosa buena y que en un diario él había leído que se practicaba cuando la gente estaba en la cárcel, presa. Otro habló de salir a la calle a medianoche, para merodear por los tarros de la basura, y que lo que se consiguiera sería para la colectividad. Pero como cada cual quería que su idea fuera la puesta en práctica, y como ya la discusión estaba tomando caracteres de batahola, se adelantó al medio de la reunión la señora Rata, y agitando una mano impuso silencio, hablando luego de esta manera:

--Siempre ha sido objeto de crítica mi afición a la economía, pero ahora podrán ustedes darse cuenta de los beneficios que trae. Gracias a la economía tengo mi despensa bien surtida, y mientras dure este estado de cosas, mientras lleguen de nuevo los Patrones, todos tendrán su ración diaria de alimento que les será distribuida por mí a las nueve de la mañana, en mi domicilio particular. He dicho.

Como ustedes comprenderán, una gran ovación acompañó a la señora Rata hasta llegar a la puerta de su casa. El señor don Pericote, muy orgulloso, contestaba a los aplausos como si hubiera sido él quien los merecía. Y como era un poco fantasioso, al poco rato decía, con un aire de suma importancia:

--Yo he sido el que le ha inculcado a mi señora el hábito de la economía. Siempre le estaba diciendo: "Si tienes tres, guarda uno". Y ya ven ustedes los resultados: si no hubiera sido por mí, a estas horas sabe Dios lo que sería de todos nosotros...

La señora Rata, mientras tanto, estaba afanada haciendo las raciones con suma prudencia, porque sabía --por una conversación que había oído-- que la ausencia de los Patrones duraría un mes, y aún quedaban tres semanas en que ella sola debería alimentar con las reservas de su despensa a los muchos habitantes que formaban el pueblo de los Ratones.

Y tan bien se manejó, que todos pasaron sin hambre, hasta que una buena mañana llegaron los Patrones, para contento de todos, aunque la llegada del señor don Gato no los contentara así tantito.

 

 

BRUNET, Marta. Historia de la señora Rata del pueblo de los Ratones. Las historias de mama Tolita. Obras completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp.328-330.