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HISTORIA DEL RATÓN QUE ENGAÑO A LA ZORRA

 

Resulta que una vez don Ratón del Campo andaba muerto de hambre e iba muy triste caminando por una alameda, en una noche de luna linda, tan clara que parecía puro día.

Andando, andando, llegó don Ratón del Campo al puente sobre el río, se subió a la baranda y allí se quedó mirando la luna reflejada en el agua, tan grande y tan redonda y tan blanca. Don Ratón del Campo, suspiró, se puso una mano en la cintura y la otra en la mejilla y se acordó de unos versos que decía siempre su abuela, doña Rata del Palacio, que había sido dama de muchas campanillas. Eran algo parecido a esto:

Por pintar la luna,
un pintor con hambre
pintaba aceitunas.

Y el pobre Ratón del Campo veía que la luna grande y redonda y blanca se transformaba en una bandeja, y por obra del hambre veía allí no sólo aceitunas, sino pan, nueces, queso, azúcar. Y a don Ratón del Campo se le hacía la boca más agua que la que llevaba el río.

En esto llegó doña Zorra Montesa, que venía de las casas del fundo, llena de contento porque se había robado un queso y se figuraba cómo se saborearían sus hijos Zorrino y Zorrina con la comida que les llevaba. Con las buenas maneras de los animales de la montaña, se saludaron con muchas ceremonias.

--Buenas noches, mi señora doña Zorra.

--Buenas noches, don Ratón.

--¿Adónde va tan buena moza y con tanto apuro?

--A darles de comer a los niños; pensaba hacerles un pollito, pero el mercado estaba pobre y sólo pude conseguir un queso. En cuanto a lo de buena moza, es favor que usted me hace no más. Ya se sabe que usted es hombre galante.

Don Ratón del Campo, mientras así hablaba doña Zorra Montesa, estaba pensando una treta para apoderarse del queso que llenaba el aire con su exquisito olor. Y dijo con grandes aspavientos, señalando la luna reflejada en el agua:

--¿Qué le parece el gran queso que está ahí, flotando en el río?

--¿El queso? ¿Qué queso? --exclamó la Zorra Montesa extrañada.

--¿No lo está viendo? Se le cayó de las árguenas hace un rato no más a un hombre que pasaba por el puente. Si yo tuviera la fuerza suya, la destreza suya, mi señora doña Zorra, me echaría al agua para sacarlo. Pero, ¡pobre de mí!, soy tan chiquito y tengo tan poco ñeque...

Doña Zorra Montesa apoyó las patas delanteras en el pretil del puente y se quedó mirando la mancha blanca, redonda y grande que se veía en el agua. Pensó que aquel queso era mucho más grande que el que ella llevaba y golosamente hizo sus cálculos. ¡Por lo menos había para comer una semana! Y don Ratón del Campo seguía diciendo, con su voz más convincente:

--Ay, si yo tuviera la maestría que tiene usted, mi señora doña Zorra, para nadar. ¡Si yo tuviera su gran hocico y sus fuertes dientes! ¡Qué panzada de queso me daría!

Doña Zorra Montesa no vaciló más. Dejó sobre el puente el queso que llevaba, se subió de un brinco sobre el pretil y de otro se lanzó al agua, nadando presurosa hacia el queso blanco, grande y redondo. Ya lo alcanzaba. Abrió el hocico lo más que pudo y lo cerró sobre el queso. Con la fuerza del mordisco que se cerró sobre la nada, doña Zorra Montesa se hirió la lengua. Muy sorprendida y dolorida, volvió a abrir más grande aún el hocico, queriendo tomar cuidadosamente su presa, para que esta vez no se escapara. Y mientras doña Zorra Montesa luchaba hasta convencerse del engaño y salir del agua tiritando y furiosa, don Ratón del Campo estaba ya en su casita, comiendo alegremente con su señora doña Ratona y sus hijitos Perico y Perica el queso rico que doña Zorra Montesa abandonara en su ansia de otro queso más bueno y más grande, y que era sólo el reflejo de la luna.

 

 

BRUNET, Marta. Historia del Ratón que engañó a la Zorra. Las historias de mama Tolita. Obras completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp.332-333.