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HISTORIA DE LOS AMIGOS DE AZULINA

 

Resulta que Azulina estaba muy triste y que en el patio último de la casa --allí donde la señora Parra se empina sobre cuatro rodrigones-- no hacía la niña otra cosa que estarse muy quieta sentada en su sillita, mano sobre mano, mirando con ojos distraídos no se sabía qué. No jugaba con los hermanos, no paseaba a la muñeca en el coche, no tejía cantando esas alegres tonadas que embelesaban al Jilguero, no reía a la par que el agua del surtidor. A tanto llegó el ensimismamiento de la niña, que muy de mañana hubo un conciliábulo en el patio.

El primero en hablar fue el Jilguero. Dijo:

--¿Qué tendrá Azulina? ¿Estará enferma?

--No, porque entonces la dejarían en su camita, como en el invierno, cuando se resfrió. Debe tener una grave preocupación --contestó la señora Parra, que sabía mucho, a fuer de vieja.

--Y ¿cómo podremos averiguar lo que le acontece? --Esto lo dijo el Grillo, que estaba ya asomado a la puerta diminuta de su casa.

--Azulina sólo sabe suspirar y yo..., yo..., yo la he visto limpiarse disimuladamente una lágrima. --Para decir esto la Araña detuvo un instante su trabajo de tejedora.

--¿Y cómo sabremos lo que pasa? --agregó el Agua.

Todos guardaron silencio, mirando de reojo a la señora Parra, que tenía prestigio entre ellos por sus buenos consejos.

--Creo que lo mejor es encargar al Jilguero que descubra lo que le pasa a la niña. Por una vez puede permitirse ser indiscreto: escuchar detrás de las puertas, mirar por el ojo de la llave, leer cartas ajenas, trajinar en los cajones... Y en cuanto sepa algo, nos lo dice.

El Jilguero aceptó el cargo e inmediatamente se fue a esconder entre las hojas de un rosal, frente a la habitación de Azulina, en el otro patio.

Al rato vio a la vieja Ñaña entrar a la habitación llevando la bandeja con el desayuno de la niña. Luego observó cómo Azulina abría de par en par las ventanas, que estaban entornadas --ella sabía que hay que dormir con aire para tener lindos sueños-- y en seguida la vio desaparecer por la puerta del baño, en compañía de la vieja Ñaña.

Entonces, de un vuelo, entró a la habitación, posándose en lo alto de la lámpara.

Por las paredes, pintados en colores, corrían alegres payasos. Sobre una repisa, muy serios, estaban los juguetes de Azulina. La muñeca en su cuna, durmiendo, no abrió los ojos. En el escritorio los cuadernos y los libros lucían en gran orden. Sobre la cómoda había una imagen de la Virgen María con el Niñito Dios en brazos, amorosamente sostenido, y a cada lado un florero azul con rosas blancas. Y en la mesita de luz vio un cuaderno con tapas de cretona, sobre el cual unas letras decían, escritas en cadeneta de oro:

MI DIARIO

El Jilguero pensó que ahí estaba el secreto de Azulina. Pero ¿cómo abrir el cuaderno? ¿Cómo levantar la tapa y dar vuelta las hojas? Entonces el Jilguero se acordó de su amigo el Viento y salió en busca de la señorita Golondrina --que es mucho más rápida que él en sus vuelos--, pidiéndole por favor que fuera a rogar al viento que viniera a soplar sobre el cuaderno de Azulina hasta lograr abrirlo.

Y la señorita Golondrina se fue ligero, ligero hasta la Cordillera, donde vive el Viento, entre altos picachos nevados, y apenas supo éste lo que esperaba de él su amigo el Jilguero, echó a correr por los caminos del cielo, silbando en las curvas para evitar accidentes. Y en un instante estuvo en la habitación de Azulina, y con un fuerte soplo abrió las tapas del cuaderno y fue dando vuelta las hojas, para que el Jilguero leyera lo que todos los días iba la niña escribiendo. Y al llegar a las últimas líneas, el Jilguero casi lloraba de emoción.

Entonces, el Jilguero le dio las gracias al Viento por el favor que le había hecho, y éste regresó a su casa de la Cordillera llevando de la mano a su hija la Nube, que, sin su permiso, había venido siguiéndole.

Volvió el Jilguero al último patio, y ante todos los amigos reunidos y silenciosos, dijo:

--¡Qué buena es la niña nuestra, y cómo la quiero!

Todos hicieron un movimiento de impaciencia, porque aquello no era una novedad para nadie. El Jilguero prosiguió:

--Supe lo que le pasa leyendo su diario. Feo es curiosear en lo ajeno...

--El fin justifica los medios... --y la señora Parra, después de decir esta sentencia, que era muy de su agrado, tomó un aire de suma importancia.

--Lo que pasa --y el Jilguero estiró un ala para imponer silencio-- es que Azulina quiere hacerle un regalo al hermanito que en estos días traerá la señora Cigüeña, pero, desgraciadamente, todos los ahorrillos los gastó por Pascua y no tiene una moneda siquiera para comprar lana, lanita para tejer un abriguito chiquitín, que ella quiere que sea el primero que se ponga el bebé. Y como no quiere tampoco pedirles dinero a los papás, pues por eso está triste.

--¿Y en qué forma podremos ayudarla? --preguntó el Grillo, que seguía en la puerta de su casa.

--Nosotros dinero no tenemos... --y el Agua del surtidor, al decir esto, se puso a llorar grandes lagrimones, muy afligida.

Habló entonces una voz tan bajita que todos tuvieron que contener la respiración para oírla. Era el Pensamiento, que levantaba al pie de la señora Parra su carita graciosa e interrogativa. Por lo común no se atrevía a intervenir en las conversaciones de los otros, pero el amor por Azulina le dio valor para opinar.

--Creo que lo mejor, ustedes perdonen, es que entre todos hagamos algo que sirva a Azulina para regalárselo al hermanito que traerá la señora Cigüeña. Sé que la señora Rata tiene en su bodega mucha lana guardada para el invierno, el Agua podría lavarla y la Araña la hilaría y la tejería.

Todos lo oían pasmados, y hasta la señora Parra olvidó decir alguno de sus refranes y sentencias. Luego, a coro, con gran alborozo, aprobaron el plan del Pensamiento.

El Grillo fue a buscar a la señora Rata, que trajo la lana, y el Agua la lavó, y entre el Jilguero y la señorita Golondrina la tendieron sobre la señora Parra, y el Sol, que desde arriba lo había oído todo y estaba muy alegre, la secó en un momento. Entonces el Rosal dio su perfume para que bien oliera, y la Araña se puso muy afanosa a hilarla y a tejerla después, y el Grillo contó los puntos, y doña Rata volvió de nuevo, trayendo un lacito rosa para que lo pusieran al cuello del abriguito, y el Pensamiento lo miraba todo muy serio y contestaba amablemente a las consultas que le hacían, porque hasta la señora Parra había abdicado su afán de mando y le preguntaba su opinión sobre toda cosa.

Cuando estuvo terminado el abriguito, por indicación del Pensamiento fue el Jilguero en busca de la Lora, que vivía en el primer patio, y ésta fue encargada de llevar el tejido hasta la habitación de Azulina y decirle un pequeño discurso de ofrecimiento. Por cierto que la Lora quedó encantada con el encargo, porque ya se sabe que siempre está con ganas de hablar.

Cuando Azulina llegó esa tarde a su habitación, encontró sobre el escritorio el abriguito muy bien doblado y a la Lora que, muy solemne, le espetó este discurso:

--Azulina: todos tus amigos sabíamos que estabas muy apenada porque no tenías nada que regalarle al hermanito que traerá la señora Cigüeña. Entonces...

...doña Rata la lana nos dio...,

...que fina y alegre el Agua lavó...

...El Jilguero la lana tendió...

...y bien la Parra la sujetó...

...El bello rosal la perfumó...

...y el Sol, contento, nos la secó...

...Luego la Araña hiló y tejió...

...puntos que el Grillo todos contó...

...y la Lora que te la entrega, ésa soy yo...

(Todo esto lo dijo la Lora como si recitara una poesía, con harto sonsonete.)

Y terminó diciendo, ya sin recitar:

--Es un abriguito.

Y Azulina volvió a reír para contento del Agua, y a sentarse a la sombra de la vieja señora Parra, y a cantar para que el Jilguero aprendiera sus tonadas, mientras el Pensamiento la miraba amorosamente, alzando su carita graciosa, y el Grillo continuaba asomado a la puerta diminuta de su casa.

 

 

BRUNET, Marta. Historia de los amigos de Azulina. Las historias de mama Tolita. Obras completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp.340-343.