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HISTORIA DEL OSITO GOLOSO
 


Doña Cigüeña en su estuche
trajo a este Oso de peluche.
 
Mamá Osa y Papá Oso
lo encontraron amoroso.
 
El los contemplaba absorto
peludillo y rabicorto.
 
Iba mostrando la guata
al caminar en dos patas.
 
Su una pajarillo cantaba,
al son del canto bailaba;
 
por ser sus patitas flojas,
de popi cayó en las hojas;
 
pero, contento y feliz,
olvidó el duro desliz.
 
Quiso un día su destino
hacerle trepar a un pino
 
entre cuyas ramas viejas
había un panal de Abejas.
 
Al distinguir su pelambre
se alborotaba el enjambre.
 
La Reina, loca de miedo,
se puso a rezar un credo,
 
y los Zánganos ociosos
se despertaron rabiosos,
 
Y Osito, trepa que trepa,
sin importarle una pepa...
 
Don Chuncho se había desvelado
ante tal desaguisado.
 
Y abriendo un ojo le dice
que hacia abajo se deslice
 
y que no piense en la miel
que no fue hecha para él.
 
Desoye Osito el consejo
del sabio don Chuncho el viejo,
 
y aunque él mucho menos sepa,
intrépido trepa y trepa.
 
Tordito negro canta
hasta romper su garganta,
 
diciéndole: "Si no dejas
de robar a las abejas,
 
te podrá costar muy caro,
aunque te parezca raro".
 
Pero el Osito ladino
siguió trepando en el pino.
 
Pasaba una Mariposa
muy colorida y hermosa,
 
bailando a su alrededor
hizo lucir su color
 
y le dijo muy bajito:
"Vuelve para abajo, Osito".
 
Y él contestó algo muy feo,
pues repuso: "Huichicheo".
 
Doña Araña, que tejía,
sus agujas detenía
 
diciendo: "cesa en tu carga,
la miel puede serte amarga"
 
Por tener muy duro el chape
trepó Osito más a escape.
 
Hasta que hundió por su mal
las manos en el panal.
 
Las Abejas industriosas
se revolvieron furiosas
 
y, con fieras intenciones,
clavaron sus aguijones,
 
convirtiéndole el hocico
en abultado acerico.
 
Le hacen, sin oír sus quejas,
Orejones las orejas.
 
Y una abeja audaz y sola
le picó sobre la cola,
 
y Osito debió aguantarse
un mes sin poder sentarse...
 
Pero lo peor para él
fue que ni probó la miel
 
y tras de tanto trabajo
se cayó pino abajo.
 
Don Chuncho, que lo veía,
gravemente le decía:
 
"¡Quien lo ajeno quiere hurtarse,
que tenga dónde rascarse!..."
 

 
BRUNET, Marta. Historia del osito goloso. Aleluyas para los más chiquitos. Obras Completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp. 347.