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HISTORIA DEL GATO GÜIÑA Y LA GATA MORISCA

 
Hoy les voy a contar una
curiosa historia gatuna,
 
de la Gata Morisca,
mimosa y bastante arisca,
 
y un gatazo bandolero
remalo como el primero,
 
amigo de gresca y riña,
que se llama Gato Güiña.
 
Como les iba diciendo,
Gato Güiña era tremendo,
 
si a un perruquillo encontraba
enseguida le atacaba
 
y alegre por su agresión
la cola hacía florón.
 
Si algún pajarito oía
de gula se relamía,
 
y atacó, ¡vean qué cosa!,
a una linda mariposa.
 
Desgraciado el conejito
que encontró al Gato maldito!
 
Se le tiraba al cogote
y no salvó ni el bigote.
 
Y hasta más de un cazador
al verlo sintió pavor,
 
y huyendo de tal gatazo
se libró de un arañazo.
 
El propio Lobo Feroz
le tenía un miedo atroz,
 
pues un día se hizo el bravo
y el Güiña le mordió el rabo,
 
y en la lucha desapreja
perdió el Lobo media oreja.
 
Luego, a partir de aquel día,
todo el mundo al Gato huía,
 
y así quien a todos asusta
a sí mismo se disgusta.
 
Harto al fin de soledad,
quiso ir a la ciudad
 
y haciéndose el roto vago
el Güiña llegó a Santiago.
 
Corren noticias muy feas
por tejados y azoteas,
 
cada gato se ha escondido
al acercarse el bandido
 
y éste va sacando pecho,
pasando de techo en techo,
 
sintiendo que en realidad
es el rey de la ciudad.
 
Orgulloso, sin empacho,
el Güiña tuerce el mostacho.
 
Su curiosidad se excita,
pues ve a una linda Gatita.
 
Por si sueña se pellizca
ante la Gata Morisca,
 
que lleva como aderezo
un gran lazo al pescuezo,
 
y sin miedo y sin enojo
mira al Güila de reojo,
 
luego, haciéndole un mohín,
se arrellana en su cojín,
 
y ante su asombro tremendo
se hace la que está durmiendo.
 
Güiña siente un gran disgusto
porque ella no tiene susto.
 
Entonces el muy bandido
lanza su peor maullido,
 
un "¡Remiau!" que el sueño altera
de la más valiente fiera.
 
La Gatita, tras oír,
dice: "Déjame dormir,
 
no vuelvas a hacerte el leso
no me das miedo con eso".
 
Viendo que así le provoca
se queda abriendo la boca,
 
mas no con mala intención
sino con admiración:
 
nunca vio Gata tan niña
el pobre Gatazo Güiña,
 
y antes que piense otra cosa,
la pide allí de esposa.
 
Pero la Gata Morisca
comienza a ponerse arisca,
 
y al verlo ya en tales trotes
se le ría en los bigotes.
 
"No puede ser mi marido
-le dice- un Gato Bandido"
 
El Güiña se desespera
al verla tan altanera;
 
de inmediato le propone
que su pasado perdone,
 
y que al partir del presente
será un Gato muy decente.
 
Como el Güiña es tan buen mozo
la Morisca arde en gozo,
 
pero oculta sus extremos
y sólo dice: "Veremos...
 
Mi mano la pedirá
solamente a mi Papá".
 
El Güiña vuela hecho cisco
buscando al Gato Morisco,
 
y lo encuentra en un tejado
en silla de oro sentado,
 
pues es, y no te hagas cruces,
el Rey de los Micifuces.
 
Le impone por condición,
no dejar vivo un ratón,
 
y el Gato Güiña en seguida
no deja laucha con vida.
 
Como es tan habilidoso,
le aceptaron por esposo.
 
Gatitas muy peropuestas
vinieron a las fiestas,
 
y bailó cuecas y jotas
el propio Gato con Botas.
 
Hubo pavo en escabeche,
pescado y arroz con leche.
 
Estaba desconocido
el pobre Gato bandido,
 
pues le había colocado
la Gata que iba a su lado
 
gomina en todo el bigote
y corbata en el cogote.
 
No sé si fueron felices.
Si lo sabes, me lo dices.
 
 


BRUNET, Marta. Historia del gato güiña y la gata morisca. Aleluyas para los más chiquitos. Obras Completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp. 354-356.